Los perfiles laborales que encadenan historias cortas en varias empresas, siempre han sido vistos con malos ojos. Estos trabajadores suelen ser rechazados casi inmediatamente por las áreas de RRHH, convencidas (por lo general) de que este tipo de vida laboral es consecuencia de un carácter complejo o de unos objetivos profesionales poco claros. Esto (que ha existido siempre) es lo que hoy se llama job hopping, un comportamiento que suele ser más pronunciado entre los empleados más jóvenes, y que no siempre está reñido con un buen desempeño ni con una falta de claridad en el objetivo profesional del trabajador. Ni mucho menos. Pongamos algo de claridad sobre esta tendencia creciente.
De un tiempo a esta parte, cambiar de trabajo con frecuencia no es visto como un signo de inestabilidad. En lugar de ello, cada vez más profesionales y empresas entienden el valor que puede aportar esta práctica cuando se realiza de forma estratégica. Cambiar de trabajo se ha convertido en una herramienta poderosa de crecimiento profesional, innovación y adaptación. Y así lo han entendido los jóvenes que, especialmente en sus primeros años como trabajadores, están dejando de aceptar cualquier cosa, incluso bien pagada, a cambio de explorar alternativas que les van facilitando su desarrollo y progresión individual.
Las nuevas generaciones de profesionales (en general) no se plantean un trabajo para toda la vida. Lo normal en los jóvenes es que busquen experiencias que les permitan, por un lado, encontrar un entorno afín a sus intereses (profesionales principalmente, pero también personales) y, por otro, ir mejorando paulatinamente su salario. Esta dinámica se da especialmente en perfiles millennial y postmillennial (la franja de edad entre los 20 y los 35 años) que están vinculados al mundo de la tecnología. A diferencia de aquellos profesionales que han trabajado muchos años en la misma empresa, los que hoy cambian de trabajo frecuentemente suelen estar más dispuestos a asumir riesgos y a explorar nuevas ideas. Esta actitud proactiva resulta especialmente valiosa en proyectos innovadores o en equipos que buscan un cambio cultural.
La tendencia creciente que hoy vemos en este tipo de prácticas tiene varias causas. Un primer motivo (seamos claros) es que los sueldos que se pagan en las compañías son más bajos hoy que hace unos años. Un sueldo bajo, obviamente, no es muy fidelizador. Especialmente si no hay un compromiso claro de subida salarial pactado. Y como estas edades tempranas, son las lógicas para dar pasos fundamentales en la vida (los primeros con consecuencias serias) como independizarse, comprarse una casa o formar una familia, se produce cierto efecto catalizador. Porque esa tensión por avanzar en la vida, fuerza la búsqueda de cierta solvencia económica para afrontar los gastos derivados.
Pero claro. A alguien que empieza no puedo pagarle mucho porque sabe poco, dirán las empresas. Tu sueldo se justifica en el retorno que yo, como empresa, pueda obtener de él. Y aquí aparece un problema que no es nuevo y que no termina de arreglarse, que es el desajuste entre la educación y el trabajo. No es lógico que te pases entre cuatro y seis años en la universidad para llegar a una empresa y no saber nada (de lo que hay que saber). Yo tengo muchos programadores y es tremendo el gap existente entre lo que aprenden en el grado universitario y lo que necesitan para ser productivos. Dices, es que esto evoluciona muy rápido. Ya, pero las bases siguen siendo las mismas que cuando yo empecé a programar. Pero ni eso. Entiendo que en otras profesiones será similar.
Así que la enseñanza en el puesto de trabajo es crítica para los chicos. Porque no traen el conocimiento de serie. Necesitan que las empresas les ayuden a empezar. Se quejan de que, para acceder a un primer empleo, lo pasan mal porque todas las empresas piden experiencia (si no sabes no te pago) y, sin embargo, no pueden tenerla por su condición de recién licenciados. La pescadilla que se muerde la cola.
Por eso es muy importante que las empresas lo entiendan, lo enfoquen, lo trabajen y asuman una responsabilidad que no sabían que tenían. Pero, ojo, la tienen. Porque si no lo hacen ellas, lo harán las de enfrente. Porque el talento existe y está (desgraciadamente) parado. En un estado latente previo a su desarrollo. Así que los departamentos de las empresas, especialmente aquellos que están relacionados con aspectos innovadores como la tecnología, tienen que invertir en capturar y desarrollar ese talento, para evitar esos saltos que se producirán si los chavales no ven avances en su desarrollo.
Las decisiones sobre el futuro profesional se toman muy temprano. Los niños (porque lo son cuando ese futuro empieza a forjarse) suelen estar condicionados a esas edades por padres, amigos y referencias no siempre válidas. Y cuando se quieren dar cuenta, entran en un flujo del que les cuesta salir. En nuestra empresa tenemos bastantes casos (y no somos muchos) de gente con una formación determinada que, una vez que se pusieron a ejercer como tales profesionales se dieron cuenta de que aquello no era para ellos y lo dejaron para buscar caminos más afines a su interés. Y cuando llegan a ese nuevo empleo, sin una formación previa, lo hacen perfecto (doy fe). Algunos mejor que los que se habían educado en la materia.
Entonces… ¿sirve de algo esa formación previa? Pues yo tengo mis dudas. Algo se aprende, está claro, y significa años de esfuerzo extra para los bachilleres, y eso tiene su valor. Pero está claro que algo falla. No puede ser que rinda lo mismo alguien que no ha pasado por esa educación especializada. Pero lo cierto es que es así. Tan lejos está lo que aprenden en las universidades de lo que se necesita que, como compitan con alguien que, sin tener esa formación, tenga más interés que ellos en adoptar el conocimiento necesario en esta primera etapa laboral, están muertos. Yo trabajo con un chico que siendo enfermero, tras el COVID decidió que aquello no era para él. No me extraña. Y hoy es científico de datos. De los buenos. Y está encantado de serlo. Y yo de que lo sea. En el proceso de selección dejó atrás a muchos otros que, habiendo estudiado la materia en la universidad (pública y privada), estaban muy lejos de su talento.
Entonces, estaréis conmigo en que esto del job hopping no es tan nuevo. El anglicismo hace moderna una práctica que ha existido siempre. Que cuando eres joven tienes menos responsabilidades y haces de tu capa un sayo. Lo que quieres, vamos. Sin tensiones. Y cuando eres mayor, las alegrías se acaban, porque la mochila pesa. Y acabas condenado a un sueldo, porque es la única manera de asumir esas responsabilidades. Un sueldo que puede estar ligado a un trabajo que no quieres. Al que llegaste porque tu entorno te llevó hacia allí y a ti no te importó dejarte llevar. Hasta hoy.
Pero lo relevante, en mi opinión, es que la tecnología está a punto de extender el concepto a rangos de edad superiores a los mencionados. Porque si puedo demostrar que sé de algo para ejercer como tal (por ejemplo demostrando mi conocimiento en plataformas como la nuestra), ¿por qué no voy a intentar cambiar mi profesión a aquello que he descubierto que es mi verdadera vocación?
En The Wise Seeker entendemos que saber no tiene que ver con un título académico. Ni con una universidad de prestigio. Saber tiene que ver con saber. Y eso se demuestra como siempre se ha demostrado. Sabiendo. Contestando bien a las preguntas sobre las materias que se consideran críticas en tu puesto. Resolviendo los problemas que te pone delante el ejercicio de tu rol profesional. Un conocimiento objetivo que garantiza que el trabajo se desarrollará en consonancia a lo esperado. Y eso nos devuelve al job hopping.
Porque en un mundo donde la universidad va perdiendo su razón de ser de cara a la contratación, las personas buscarán acomodos distintos a partir de la adquisición de nuevos conocimientos identificados desde las posiciones a las que se aspira. Y esta nueva forma de saltar de un empleo a otro mejorará la vida de las personas. Porque habrá frustraciones que se acaben. Y satisfacciones que empiecen con esas nuevas vidas profesionales. El caso de enfermero reconvertido a científico de datos es uno entre muchos. Entre mis programadores hay uno que era camarero. Una diseñadora de UX/UI que era panadera con formación en bellas artes y una community manager que estudió magisterio. Si eso pasa en una empresa con menos de cincuenta empleados, qué no pasará en empresas de más de mil. Por eso creo que hay elementos de fuerza que provocarán cambios sustanciales en la dinámica de acceso a los empleos, que mejorarán la satisfacción de todas las partes.